Gestionar sin miedo

Llevo varios meses dándole vueltas a qué puedo aportar desde este sitio web a la situación tan inaudita que estamos viviendo. Tras el primer confinamiento he leído mucho acerca del teletrabajo, la gestión por objetivos, la gestión del cambio, la aceptación de la realidad, la realidad líquida,…

Sin embargo, no se suele hablar del miedo. Todos tenemos miedo, está claro, y más en estos tiempos: a la enfermedad, al sufrimiento, a la muerte. Puestos a enumerar los miedos, es cuestión de seguir escalando en la pirámide de Maslow e irán apareciendo cada vez miedos más «sofisticados»:  a la inestabilidad económica, al cambio continuo, al rechazo o falta de reconocimiento,… habrá hasta quien tenga miedo al reconocimiento… :-P.

Sin querer profundizar en las raíces psicológicas del miedo (de hecho no sabría hacerlo), la mayoría de las personas admitimos que es necesario. Se trata de una emoción básica que nos hace estar alerta cuando existe un peligro, y tomar decisiones en momentos decisorios o críticos. Pero no podemos tener miedo siempre. Rectifico: sí podemos, no debemos. El miedo provoca estrés, y el estrés, en última instancia, nos hace enfermar a niveles que no solemos tener en cuenta hasta que nos pasa.

Por no hablar de que, al pensar y actuar presas del miedo, nos volvemos más egoístas (tiene su explicación en términos de supervivencia) y menos empáticos. El miedo suele sacar lo peor de las personas.

Vale, está bien, pero, ¿Cómo gestionamos sin miedo? ¿es posible, en un entorno tan «catastrófico» (sic) como en el que (aparentemente) vivimos? Se me ocurren algunas pautas, por si pueden ayudar:

 

  • No es necesario acudir a los informativos para estar al día. De la noticia hasta lo que la acompaña (el morbo, los mensajes subliminales, el espectáculo para ganar audiencia, la denigración del que no piensa igual) hay un gran trecho que no suele aportar nada. En mi caso, dejé de prestar atención a las noticias hace varios años, salvo excepciones puntuales. Piensa que lo que te interesa realmente te llegará por una u otra fuente mucho más amable y directa que los medios de comunicación de masas: un amigo, un compañero, un familiar,… y lo verdaderamente importante (la enfermedad de un ser querido, las buenas notas de un hijo, una subida de impuestos, la boda de un amigo, una restricción de derechos,…) lo sabrás cuando te toque.

 

  • Evita el «cabeceo catastrófico». En la mayoría de las conversaciones el tono suele ser catastrófico, sobre todo al inicio. Y no solo en tiempos de epidemia; el sufrimiento suele copar gran parte de los comienzos de toda conversación: vaya calor, no llueve como debería, están las cosas fatal, es lo que nos ha tocado… ¿reconoces estas frases? El reto es contraatacar con un comentario amable o disuasorio, o al menos no «cabecear» asintiendo ;-).

 

  • Haz un esfuerzo para ver la parte buena de cada cosa; todo lo tiene, hasta para aprender de un error o una desgracia. Te mirarán mal, porque no está de moda ser optimista, pero tú a lo tuyo.

 

  • Sonríe. Verás lo divertido que es ir llevando la contraria a la mayoría de las personas :-D.

 

  • Piensa «¿Qué es lo peor que puede pasar?». Ésta es la pregunta más poderosa que he aprendido a usar en mi día a día. Si te fijas con detenimiento en tus propias respuestas te auguro grandes momentos de diversión. Y sobre todo, de relativizar situaciones.

 

Estas pautas, aparentemente para un uso personal, son ampliamente extensibles a tu día a día laboral. Puede que no te convenzan. Puede que lo consideres algo banal, o demasiado sencillo para combatir la pesadumbre que pesa sobre todos nosotros estos días. Te diría que probaras, que lo intentaras… al fin y al cabo, ¿qué es lo peor que puede pasar? ;-).

 

Pararse a celebrar

Tras sobrevivir a las recientes fiestas navideñas, me apetece comenzar este año 2020 hablando precisamente de celebraciones.

Y es que hay que pararse a celebrar las cosas. Hace unos días me sorprendí dando este consejo a una compañera que está inmersa en un proyecto de dos años de duración. Se trata de un proyecto estratégico para la organización, no exento de presiones, intereses cruzados, falta de recursos… y menos tiempo aún para ejecutarlo.

Y para colmo, hasta dentro de aproximadamente dos años no finalizará, pues los plazos son dilatados. Ante la conclusión de la primera de las muchas etapas del mismo, con una tasa de errores menor de la esperada y ejecutada en el tiempo previsto (en ocasiones anteriores se había dilatado esta fase mucho más), fue cuando mantuvimos la conversación.

Debemos permitirnos celebrar los éxitos intchecklist-154274_960_720ermedios, no sólo los finales. No se si conseguí transmitirle la idea y que la interiorizara, a tenor de la expresión que observé en su cara. Y decía al principio que me sorprendí, porque esa misma cara (o alguna similar) sería la que puse yo cuando me lo dijeron hace ya tiempo.

La interlocutora fue una amiga que había estado trabajando en el mundo anglosajón más de una década, en el entorno de una gran multinacional. «Los españoles no estamos acostumbrados a dar las gracias cuando nos halagan, ni  a celebrar los éxitos de cada día»- me dijo.

Inmediatamente lo reconocí. Me ruborizaba cuando alguien me felicitaba por un trabajo bien hecho, y solía deflectar con alguna frase del tipo «Tampoco es para tanto» o «Sólo hago mi trabajo».

Hay que pararse a celebrar. Cada día me lo repito, y lo repito a quien creo que le puede servir. La crítica la manejamos bien, la auto-crítica también. En el mejor de los casos, sustituimos «error o debilidad» por «oportunidad de mejora». Pero celebrar, en mi opinión, sigue siendo una asignatura pendiente.

Celebremos más :-D.

Reuniones productivas: el arte de conversar

Siempre he tenido como objetivo personal mejorar la comunicación, independientemente del lugar y del rango de mi puesto. Considero que la mayoría de los problemas cotidianos (relaciones laborales, sobrecostes en la ejecución de proyectos, enfrentamientos personales, etc) en gran parte se deben a una comunicación deficiente, malas interpretaciones, falta de empatía o, en casos extremos, falta total de comunicación (o de intención comunicativa).

Sin embargo, desde hace un tiempo trabajo para logar un objetivo concreto aún más acuciante: el de no perder el tiempo con conversaciones infructuosas. Me preocupan las reuniones poco productivas y estoy convencido de que es una realidad cambiable, bien desde una posición jerárquica más favorable para ello, bien por una personalidad que facilite dicho cambio.

Merced a una formación reciente en Art Of Hosting (de la que hablaré en un post posterior, para dejaros de momento con la intriga), a la experiencia propia vivenciada en innumerables reuniones y sobre todo a las ganas de compartir reflexiones, se me ha ocurrido exponer aquí lo que considero que pueden ser las claves para mantener una reunión altamente productiva.

Y alguna persona se podrá preguntar: ¿a estas alturas vamos a hablar de hacer reuniones productivas?. Si crees que el tema no es interesante, o que ya está todo dicho sobre él, obviamente éste no es tu artículo 😉

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¿Por qué «gestión inversa»?

Tras darle muchas vueltas, quizás demasiadas, me atrevo a montar este blog sobre vivencias y reflexiones en primera persona. Soy persona de contar. De contar historias, de contar experiencias, de contar lo que se me pasa por la cabeza, e incluso lo que se le pasa a otras personas por las suyas 😉

De manera intuitiva, desde mi primer día de trabajo, siempre he sentido la necesidad de hacer las cosas de una forma diferente a la que se venía haciendo. Más sencillas, más eficientes, de una manera más humana… incluso bien hechas, ¿por qué no?

Aquella intuición, años de práctica y experiencia después, se ha visto respaldada. He experimentado (y sigo haciéndolo) formas diferentes de liderar equipos, de gestionar proyectos y tareas, de coordinarse con otras personas. Y he conocido a personas que, como yo, tienen una visión similar y la necesidad de ayudar a transformar sus organizaciones en «otra cosa».

Este blog pretende recoger reflexiones, prácticas, críticas, propuestas, ideas, referencias… y todo aquello que considere oportuno, que pueda ayudar al menos a replantearnos otro tipo de gestión en nuestras organizaciones.

Es de justicia agradecer a Amalia López Acera, y en especial a su post Marca personal y funcionarios, el empujoncito final que me hacía falta para atreverme a escribir. Al fin y al cabo, ¿qué es lo peor que puede pasar?

Así que aquí comienza Gestión Inversa. Espero estar a la altura de mis propias expectativas 😉